
La revisión: cinco formas de mejorar tus textos
Nos pasa a todos. Le damos miles de vueltas a una idea, preparamos un esquema de lo que queremos contar, conseguimos arrancar un poco de tiempo a nuestro día a día para escribir y, cuando por fin terminamos el texto, nos dejamos caer en la silla y pensamos: ¡Ya está!
Siento ser la portadora de malas noticias y desilusión pero todavía queda un largo camino para que tu texto esté listo.
El trabajo de escribir va mucho más allá de juntar palabras en un papel o en un procesador de texto. Cuando el texto no da más de si, tiene una estructura que te satisface, los puntos clave están bien definidos y crees que ya puedes difundirlo… ¡Ha llegado la hora de la revisión! Revisar da muchísima pereza. Lo sé. Pero es un paso imprescindible para lograr un texto perfecto.
Hoy te quiero dar cinco consejos para esta fase. Seguro que conoces algunos. A lo mejor eres un alumno súper aplicado y los has usado todos. Pero no está de más recordarlos de vez en cuando:
1. Reduce el volumen de texto
Stephen King decía en su ensayo Mientras escribo (si no lo has leído, es uno de los mejores libros sobre escritura que hay; no lo dejes pasar): tu versión revisada debe ser al menos un diez por ciento más corta que la original. Él lo aprendió de su redactor jefe en su época de periodista deportivo.
A veces nos vamos por las ramas y añadimos más y más texto con el objetivo de que todo quede más detallado o preciso. ¿Estás seguro de que ese es el resultado que quieres?¿No has pensado que, en realidad, ese texto “extra” no aporta nada? En una primera relectura deshazte de todo lo superfluo, lo que no da valor narrativo ni estético. No tengas piedad y corta con las florituras barrocas.
Tampoco quiero que conviertas tu texto en un esquema ni que parezca que lo ha escrito Yoda o un jefe Cherokee. El objetivo final del texto te exigirá un mayor o menor desarrollo, pero no te pases.

2. No des nada por sentado
Uno de los primeros textos que escribí estaba lleno de términos relacionados con la contaminación atmosférica. Era mi área de trabajo en aquel momento y aún ahora escribo sobre el tema para clientes. No entendía bien por qué mi profesor de literatura tachó la mayoría de ellos. Ahora sí lo veo claro.
Puede que seas ingeniero nuclear y hables de neutrones o del bosón de Higgs como quien habla de ir a recoger a sus hijos al colegio. Pero tienes que situarte en la mente de tu lector objetivo. ¿Él también sabrá de qué estás hablando o va a tener que dejar la lectura cada tres o cuatro palabras para consultar la Wikipedia o Google? Si la respuesta es la segunda lo más seguro es que termine por aburrirse y abandone tu texto. No estoy hablando de simplificar en exceso o saltarte información valiosa. Si es necesaria, úsala. Pero intenta que el contexto dé pistas y no escatimes en alguna que otra descripción si es necesario. ¡Ojo! Estoy hablando de descripciones integradas en el texto, no de definiciones copiadas de un diccionario.
Puede que, aún así, tu lector tenga que recurrir en algún momento a buscar fuera del texto información adicional sobre algo. Si es algo ocasional y el resto merece la pena y capta su interés, no importará. En textos online puedes incluso ayudar a tu lector incluyendo un hiperenlace a una página donde se explique el término.
¿Sabías tú lo que es el Bosón de Higgs?
3. No cuentes lo obvio
¿No acabas de decir que hay que aclarar algunos conceptos? ¿Ahora dices que hay que hacer lo contrario? Sí pero no.
Tan malo es caer en un extremo como en el otro. Del mismo modo que no puedes dar por sentado que tu lector es un experto en las obras pictóricas australianas del siglo XX, tampoco debes explicar con pelos y señales quién fue Vincent Van Gogh.
Tienes que encontrar el equilibrio.
Revisa tu texto y asegúrate de eliminar todo aquello que pueda dar a entender al lector que le estás tomando por tonto. Aquí es fundamental que sepas a quién va dirigido el texto. ¿Es un lector avanzado que sabe de qué hablas, un especialista en el tema o que al menos tiene conocimientos básicos sobre la materia? ¿Es, por el contrario, un neófito que necesita empezar desde cero? Saber eso te dará la pista fundamental sobre cómo enfocar la información.

4. Dosifica la información
¿Te ha sucedido en alguna ocasión que tienes tan clara en tu cabeza la información clave que quieres comunicar que necesitas llegar al grano lo antes posible? A mí me pasa muchísimo.
Eso me ocasiona problemas cuando trabajo en textos largos porque no consigo mantener un buen ritmo narrativo. En mi caso es un defecto que se ve incrementado por mi formación en ciencias: ser precisa y exacta era lo más importante. Es algo contra lo que tengo que luchar todos los días. Lo que podría ser un texto progresivo, relajado, interesante, se transforma de repente en un texto rabioso que desborda ansiedad por llegar al clímax.
Si esa es también tu impresión, es un buen momento para tomarte un descanso y pensar: ¿Qué es lo que quiero contar de verdad? Coge papel y lápiz y haz un pequeño esquema o un resumen para aclarar las ideas que quieres transmitir, qué vas a contar en cada momento y cómo se conectan unas fases con otras. No hace falta que lo escribas todo, pero sí que prepares una distribución clara.
Te dará una idea aproximada de la longitud final del texto y podrás tomarte con más calma cada sección sabiendo hacia dónde vas.
5. Sé natural
Cuando hablas con tu familia o con tus amigos: ¿usas frases eternas o tiendes a abreviar? ¿Te llenas la boca de adjetivos y adverbios alambicados o simplificas y a veces incluso te comunicas con gruñidos?
Salvando las diferencias entre el lenguaje oral y el escrito, respeta la naturalidad en tus textos.
No escribas frases interminables que ahoguen y confundan a tu lector. Haz un buen uso de las pausas y de los signos de puntuación. ¿Tiene sentido que esa frase tenga esa longitud o tal vez debas dividirla en dos? Nunca olvides que la escritura no debería llamar la atención sobre si misma sino sobre el contenido que transmite.
Bonus Track: Lee tu texto en voz alta.
Has leído un texto mil veces. Lo has revisado, has recortado lo que no servía, la ortografía está bien, la gramática también y ya puedes publicarlo.
De repente… ¡Alguien te manda un mensaje para decirte que se ha colado una errata en tal o cual palabra! ¿Cómo es posible? ¡Si lo has revisado a fondo!
Si has vivido esta situación alguna vez, no te preocupes: nos ha pasado a todos. A veces estamos tan inmersos en un texto que llega un momento en que no vemos los fallos. Es algo parecido a hacer un puzzle donde la imagen a reconstruir es un cielo azul: en un primer momento, distingues las diferentes tonalidades de las piezas, pero pasados los minutos todas te parecen iguales. ¿Has tenido esa sensación?
Con la escritura pasa lo mismo. Una solución es dejar reposar el texto unos días antes de retomar la revisión. Pero hay otra técnica muy efectiva: leer el relato en voz alta (o pedirle a alguien que lo lea por ti y escucharle).
Este sistema es infalible cuando se trata de encontrar cacofonías o palabras que se repiten y que quedan tan mal. Además te ayudará a descubrir si el ritmo del texto es el adecuado. Los mejores escritos tienden a tener cierta musicalidad no buscada que hacen de su lectura algo más agradable. No es fácil de conseguir. Lo que sí vas a notar al momento es si algo chirría o da problemas.

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